El primer día que llegamos al centro, nuestros tutores nos presentan como tal, y eso realmente influye en el comportamiento y en el respeto hacia nosotros. También es verdad, en mi caso y creo que en el de la mayoría, no oponemos totalmente nuestra autoridad como maestros porque nos gusta llevarnos bien con nuestro alumnado, y no digo que siendo autoritario no es posible llevarse bien, pero siempre existe esa relación de colegueo que es muy difícil de negar ante los alumnos. Esta actitud nos puede delatar en el sentido de que a la hora de regañar los niños no nos tomen en serio, y nuestros tutores se tienen que anteponer ante nuestras actuaciones para que la orden se lleve a cabo.
Muchos de los alumnos lo reconocen en que nosotros somos el práctico, haciendo referencia a que nosotros no tenemos la autoridad para poder castigar, llamar a padres, poner parte de incidencias, etc., y la verdad es que tienen razón, y es lo único que le achaco a la experiencia del practicum, vivimos todo menos las soluciones a las malas conductas por otras vías que la del regaño. Muchas veces los alumnos se merecen algunas de estas soluciones que debe ser tramitada por nuestros tutores, pero en mi caso no se cede a ello. Gran parte de esto hace que los alumnos hagan “lo que quieran” con nosotros.
Otra situación que vivimos en el practicum es que nos da cosa corregir el fallo de nuestro tutor/a. En mi caso, yo me encuentro con una interina que es la primera vez que da clase en un centro educativo, y la inexperiencia como la mía está ahí. Para mi gusto, la forma que da la clase no realmente correcta, tiene pequeños fallos que tienen fácil solución, pero no me opongo ante ella y los alumnos para que no se sienta mal o crea que yo me creo más profesional que ella.
La verdad es que en la dos situaciones se vive un momento incomodo, porque uno quiere dar de sí lo máximo posible, pero a veces callamos para no arriesgarnos a liarla, y creo que es mejor callar que actuar.
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